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Crônicas da vida diária

MI PRIMERA CITA CON ELBA

 

Autora : Lia Pantoja Milhomens
Trad. :Lersch Traduções

A pocos días del Lanzamiento Internacional del IEJU-SA, cuando decidía con el Sr. Ricardo, constructor del “website” definitivo, la fecha y la hora del evento, él me preguntó cuántas crónicas yo ya tenía concluidas para colocar en la respectiva página. Le respondí que tenía muchas en la cabeza, porque larga ya es mi vida, llena de experiencias en varios sectores de la existencia humana.

Inteligente, él rió de mi respuesta, comprendiendo toda la dificultad que yo tenía en encontrar tiempo para ponerlas por escrito ante los innúmeros quehaceres derivados de la gran responsabilidad en organizar un trabajo de calidad intelectual que esté a la altura de todos ustedes. Y convenimos, entonces, que sería colocada una llamada, en esta página, que diría: “en construcción”. Y solo la llenaríamos en el próximo cambio de los textos.

 

Sin embargo, hoy, a las tres de la mañana, me desperté con el siguiente pensamiento: no puedo dejar de dirigir algunas palabras a mi público, destinatario de todo mi cariño. Y allí mismo, sentada en la cama, empecé esta crónica, para contarles hechos precursores de la creación del Instituto.

 

Mi padre, ya fallecido, era un ávido lector de los grandes clásicos de la humanidad y poseía una pequeña biblioteca en nuestra casa en Belo Horizonte, en el Estado de Minas Gerais, donde vivimos hasta que yo cumpliera doce años de edad. Yo le admiraba mucho y procuraba seguir todos sus pasos cuando estaba en nuestro hogar

Y, aún sin saber leer ni escribir, me quedaba en la puerta, mirándole por horas seguidas, sentado frente a aquellos libros, deseosa de saber qué de tan interesante él podría encontrar en aquellas letras que yo no entendía.

Tan pronto como adquirí fluencia en mi idioma, resolví “asaltar” los estantes de mi padre, mientras él no estaba. Y fue de este modo que un día tomé un grueso volumen que ya lo había visto manosear y empecé, a los once años, a conocer la maravilla de la vivencia plena de un ser humano. Era la obra de Emil Ludwig, Napoleón. Y cuando terminé de leerlo, dos años más tarde, ya residiendo en Río de Janeiro, reflexioné largamente, indagándome si también un día encontraría a mi Elba.
Los años han pasado, muchos y muchos libros he leído, algunos con historias tristes, otras alegres, algunos de mucha profundidad filosófica, otros de literatura, más ligeros, o de fondo didáctico. Y en ellos encontré mis grandes amigos, que me llevaron a viajes maravillosos hacia mundos magníficos salidos de la inteligencia humana, haciendo que pudiera, de este modo, confirmar el pensamiento del Padre Vieira :

“El libro es un mudo que habla, un sordo que responde, un ciego que guía, un muerto que vive.”

Pero la recordación de aquel gran hombre, solo en su exilio en una lejana isla en el medio del Océano, volvía siempre a mi mente.

Y un día tuve mi primera cita, cara a cara, con Elba. Hubo muchos otros, que les contaré más tarde, pero este, por ser el inicio de una larga convivencia, fue impresionante sobremanera.

 

Estaba yo en mi gabinete de Jueza, cuando un joven y talentoso abogado entró y pidió una audiencia, a lo que prontamente consentí, como era de mi deber. Me dijo que en la antesala se encontraba un señor que deseaba hacerme una declaración, y que me había escogido específicamente entre los varios jueces en ejercicio en aquella Comarca por motivos que no quiso revelar.

 

Me contó que el infeliz señor había presenciado sin querer la descarga de drogas en determinado local y que había reconocido a un vecino entre los delincuentes. Todos moraban en un barrio marginal conocido por su violencia y él había visto a aquel joven nacer y crecer allí, con su sueño de ser “doctor médico”, poco a poco desvanecido, y su perspectiva de una vida mejor se tornaba cada vez más distante, a causa de la miseria de su familia, sus hermanos pequeños que no tenían ni ropas para vestir. Y se había unido a los jefes del tráfico de drogas a cambio de algún dinero que lo ayudaría a mantenerse a sí y a sus familiares queridos.

 

Me dijo, además, el profesional, que le había explicado el riesgo de vida que correría caso diese la declaración pretendida, indicando el nombre de todos los componentes del bando y la forma de operación del mismo, conocido por todos en el barrio marginal, pero cuyo silencio se guardaba ante el miedo de represalias.

 

El caballero vino ante mí y le expuse la dificultad que tenía de prestarle garantías de vida, pues en nuestro País aún no había un programa de protección a los testigos (esto fue hace más de quince años, y hoy, felizmente, ya existe ese programa en Brasil).

 

El señor me miró profunda y demoradamente a los ojos y, manteniéndose así, tranquilo y sereno, respondió:

- Excelencia, mi vida no habrá tenido ningún valor si yo no pudiese dar mi contribución para hacer mejor la vida de mis semejantes y retirar a nuestros niños de las garras de la violencia. Amo a aquel joven delincuente como si fuera un hijo. Lo vi nacer y crecer lleno de ilusiones y, ahora, con todo para él destruido, no quiero que lo mismo le suceda a otros niños como él.

 

Llamé entonces al Escribano e iniciamos la larga declaración, que, más tarde, ya habiendo sido promovida hacia la Comarca de la Capital, supe por el colega que me sustituyó en aquel Juzgado Criminal, que había servido para derrotar el bando que aterrorizaba a los habitantes de aquella comunidad.

 

El día siguiente, nuevamente en mi Gabinete, me buscó el joven Abogado de la víspera. En esta ocasión venía solo. Entró en mi sala en silencio, de rostro grave, atravesando el umbral de la puerta, que, durante todo mi ejercicio en el cargo de Jueza, siempre permaneció abierta, cerrándose solamente en ocasiones especiales. Me saludó con su habitual elegancia y me dijo:

- Excelencia, vine aquí hoy para informarle que el señor de ayer por la tarde fue encontrado en un callejón, sin vida, acribillado de balas.

Me saludó nuevamente y salió de la sala, suavemente.

 

Un nudo en la garganta me impidió responder a su gentil saludo. Al sentir lo que iba a ocurrir a continuación, me levanté y, por primera vez, tranqué la puerta de mi Gabinete. Me senté y lloré.

 

De repente alguien tocó a la puerta. Era la voz de otro joven Abogado, solicitando una audiencia. Le pedí que aguardase un poco, fui al baño, me lavé el rostro y retoqué el maquillaje. Saqué las gafas oscuras del bolso y me las puse. Respiré hondo y me preparé para recibirlo.

¡Abrí la puerta, le franqueé la entrada, le ofrecí un sillón y, mientras ambos nos sentábamos, razoné que, finalmente, había encontrado a mi Elba! Sí, en aquel momento, a pesar de estar acompañada de un ser humano, de estar rodeada por varios funcionarios en el Notariado al lado, me sentía el más solitario de todos los seres del Planeta Tierra – no podría decir a nadie el drama terrible que transcurría en mi conciencia y no podría mostrar a aquel profesional ningún señal de debilidad, porque allí yo representaba el Estado y el Poder Humano, como se concibe desde el tiempo de los faraones y de los antiguos césares, no se puede revestir de flaqueza: es que el pueblo, colocándose bajo la protección del soberano, ahora sustituido por el gobernante constituido, debe sentir en sus mandatarios, siempre, la capacidad de ejercitar su defensa y eso ha de ser reflejado en las personas que los representan, como garantía de ciudadanía y nacionalidad.

 

Y me preparé, entonces, para los futuros e innumerables encuentros que siempre temí desde mi adolescencia, y que, finalmente, se tornaron realidad. Pero Elba me ha enseñado muchas cosas, principalmente que yo debía, como aquel venerable señor y muchos otros humanos en nuestro caro Planeta, ofrecer mi vida a favor de un Mundo Mejor.

Cuando el joven Abogado se fue, más tranquila, me dirigí hacia la ventana, miré el cielo azul de mi País y recordé los versos de Manuel Bandeira:

“¡Oh Divino! ¡Omnipotente!
¡Permite que nuestra tierra
Viva en paz alegremente!”

 

Estaba, así, plantada en mi corazón, la semilla del Instituto de Estudios Jurídico-Sociales Aplicados.

A las diez de la mañana, cuando la funcionaria del señor Ricardo llegó a mi residencia para ver las pruebas de la materia que iba a ser incluida en los “links” del “site”, encontró estas páginas ya escritas, siendo remitidas copias para que la empresa de traducciones las tradujese al inglés, francés y español.


 


 

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